Más que un vínculo jurídico, una condición legal o un derecho intrínseco, la dominicanidad es un sentimiento.
Se puede nacer en este país o adoptar nuestra nacionalidad, pero lo que define a un verdadero dominicano es una emoción conjugada con una forma de ser.
Tomemos el caso de Félix Sánchez, doble campeón olímpico en los 400 metros vallas, decidió competir por la tierra de sus padres tras fallar en clasificar para representar a su país natal, Estados Unidos.
Las crónicas dicen que Sánchez le había prometido a su abuelita competir alguna vez por “la bandera de los tres colores”, y cuando en agosto de 2004 le dio a República Dominicana su histórica primera medalla de oro, en los Juegos Olímpicos de Atenas, conmocionó a toda nuestra gente.
La televisión mostró a un Félix Sánchez emocionado, pero nunca al nivel de 2012, cuando consagró su ilustre trayectoria de atleta al volver a ganar el oro en los Juegos Olímpicos de Londres.
Entonces, la pantalla difundió al mundo la imagen de un Superman Sánchez que lloraba a raudales, al tiempo que se elevaba La Bandera Dominicana y sonaba el Himno Nacional en el Estadio Olímpico de Londres.
Y es que en ese lapso de ocho años, ya Félix Sánchez había hecho la transición, conoció lo que es un mangú con huevos y cebollas, vivió la espontaneidad del dominicano que entra en confianza de inmediato y te habla con las manos e, incluso, se acostumbró a bailar merengue los lunes en jet set.
Muy diferente a la dominicana de nacimiento, Mary Joe Fernández, quien vino al mundo en Jarabacoa, de padre español y madre cubana, quien en su carrera ganó siete títulos individuales, 17 de dobles y en un momento se renqueó en el lugar 4 del mundo.
El caso es que Mary Joe, de quien se dice que en verdad es hija adoptada por el matrimonio de extranjeros, siempre renegó de su origen dominicano, e incluso, muchos cronistas criollos pasaron vergüenzas cuando le hicieron referencia de ese punto y ella reaccionó acremente.
Todo este preámbulo es a propósito de la acertada puntualización que hace El Zorro en su reseña sobre el estreno de la película Furious 7, de la saga Rápido y Furiosos, protagonizada por Vin Diesel.
Todavía no se aquilata la dimensión positiva que deriva de la fuerte identificación de esta figura mundial del cine con este país.
Tal como refiere Joseph Cáceres, la locación de una secuencia en Montecristi es fruto sin lugar a dudas del interés de Diesel, quien solo por su fuerte gravitación en la industria pudo hacerlo posible.
Me sentí particularmente agradado, ya que mi compañera es nativa de Montecristi, una comunidad que languidece en la actualidad, pero con un futuro latente en el turismo.
Pero está también la presencia de Romeo Santos, el que un tema de Prince Royce forme parte del sound track y que en una de las escenas culminantes del film se haga mención nuevamente de la República Dominicana con flashback incluido.
Se dice que en tiempos juveniles Vin Diesel tenía un amigo dominicano con el que compartió labores de seguridad en discotecas de Nueva York y que ambos soñaban triunfar en el mundo del cine.
El amigo se quedó en el camino, pero no hay dudas de que Vin Diesel le ha honrado vinculándose estrechamente con la República Dominicana.
No hay que olvidar que el actor no solo es un hombre sencillo, capaz de comer pollo frito en los barrios quisqueyanos y recorrerlos en bicicleta, sino que ha impartido talleres avanzados de guion y técnicas cinematográficas a través de la Fundación Global.
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